Hay suntuosos sepulcros e interesantes monumentos funerarios.

Dicen que allí se aparece una niña, dicen que han visto pasar un catrín por el pasillo central. Son tan sólo viejas leyendas silaoenses que se han narrado de generación en generación sobre el viejo panteón de Silao, cuya tumba más antigua data de 1861. Son ya 159 años de eterno descanso, entre ornamentos de cantera y una que otra angelical escultura que pareciera desprenderse de la bóveda que decora.

A un lado de este cementerio municipal, existía otro más antiguo, abierto en 1780, cuando la entonces congregación de Silao fue azotada por la viruela, una enfermedad traída por los españoles que diezmó a la población desamparada.

“Es el que por mucho tiempo conocimos como panteón municipal, ubicado en la calle llamada Del Camposanto y ahora De la Paz”, mencionó el cronista Margarito Vázquez (1921-2004) en su obra “Silao en el tiempo colonial” (2000).

Allí reposan los restos del escultor silaoense Tomás Chávez Morado.

En este panteón, el segundo público que tuvo Silao, hay suntuosos sepulcros de cantera verde e interesantes monumentos funerarios, entre los que destaca un obelisco militar o la gaveta donde, desde el 21 de diciembre de 2001, reposan los restos del escultor nativo Tomás Chávez Morado.

Allí también se encuentra, por ejemplo, la tumba de la profesora Everarda Romero Arenas (1882-1966), principal impulsora de la escuela modelo, creada a principios del siglo XX y que desde 1948 lleva su nombre.