El «operativo mapache» que Rogelio Santoyo implementó en El Coecillo no funcionó.

La planilla morenista perdió por más de 350 votos.

Ni los “mapaches” adiestrados por Santoyo ni los manotazos durante la votación sirvieron para revertir el marcador pronosticado.

Teresa Hernández, la actual delegada, derrotó a la planilla respaldada por el aparato gubernamental de MORENA, el diputado local Ernesto Millán y el vigilante morenista Gustavo Mora.

En El Coecillo, la resistencia social desbarató el «operativo mapache» de Rogelio Santoyo con una pizarra vergonzosa para la incipiente estructura morenoide que pretendía arrebatarle la comunidad a la gente.

La jornada se extendió dos horas más allá del límite previsto y el personal de la dirección municipal de Desarrollo Social trató de jugar con el clásico distractor “dónde quedó la bolita” para contabilizar los votos a su modo.

Pero la diferencia no podía maquillarse tan fácil. Teresa Hernández obtuvo 505 votos y su rival, sólo 125.

A la expectativa —y profundamente preocupado por el magro resultado—, el diputado morenista Ernesto Millán llegó a la comunidad para “operar” a favor de su ahijado, cuya propuesta no entusiasmó ni convenció a las familias coecillenses. Teresa Hernández lo derrotó.

A la comunidad también arribaron funcionarios municipales: Salvador Rocha, director de Desarrollo Social; Martín Aguilar, director de Promoción Rural, y Mario López Remus, director de Servicios Públicos, los tres ex panistas.

Posteriormente, llegaron otros panistas como refuerzos: el oficial mayor Cesáreo Hernández y el ex regidor Antonio Ríos, también ex panistas. Pero de muy poco o nada les sirvió.

El equipo de Rogelio Santoyo no pudo ganar en una de las comunidades más grandes del municipio, un punto clave en términos electorales.

En la primera gran medición, el Secretario de Ayuntamiento comprobó que aún debe entrenar más para llegar a ser lo que aspira a ser. Es el candidato natural de MORENA a la Presidencia Municipal de Silao en el 2024 y rival, por supuesto, el alcalde Carlos García, quien —por cierto— andaba de paseo con su padrino Ricardo García Oseguera en Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán.