Los perros no merecían morir. Mucho menos morir a palazos.

Pero Carlos García nunca entendió (ni entenderá) que traer funcionarios obsoletos de su desvergonzado pasado panista nunca será lo más adecuado para enfrentar los problemas de un municipio globalizado.

Ni cinco maestrías juntas sirven para resolver problemas que exigen estar al tanto de todo lo que sucede en el piso. Pero a los funcionarios artificiales, a los que se les da por golpe de suerte ocupar el cargo, les pasa lo que a un muñeco de plastilina: se derriten con el primer rayo de sol y las patas se les doblan ante el primer machetazo social, ese que viene después de un error inconmensurable e incorregible.

El Alcalde morenista de Silao decidió poner a Gustavo Guerrero al frente del Centro de Control Animal de Silao, y solamente tomó en cuenta la amistad. Gustavo Guerrero ni siquiera ha podido demostrar si de verdad es veterinario o si de verdad pasó por la universidad. No ha mostrado cédula profesional y, si la muestra, no tiene experiencia en asuntos veterinarios (ni siquiera tratando la rabia de los políticos que saltaron del PAN al morenismo). No tiene manera alguna de comprobar que tiene cierto nivel de pericia en atender a los hoy llamados animales de compañía.

Los perros murieron hambrientos, murieron desolados, murieron heridos y murieron torturados a punta de palazos. Murieron por la negligencia del ex regidor y ex soberbio Gustavo Guerrero.

Sí. Los perros murieron apaleados.

Así de brutales fueron los métodos crueles (o así de crueles fueron los métodos brutales) que Gustavo Guerrero utilizó para evitarse la fatiga de gastar en la contratación de personal especializado.

Tal vez hasta un perro asesinado terminó en una taquería como trompo al pastor o “tripitas doraditas”. No lo sabemos ni lo tenemos confirmado con evidencias, pero ese nivel de barbarie y brutalidad hace volar la imaginación.

Los perros, literal, murieron a punta de palazos. No con inyecciones adormecedoras ni con métodos clínicos avalados por especialistas, sino simple y llanamente a punta de palazos.

El Alcalde ni fu ni fa. Sucia y descaradamente, a Carlos García “le valió madre” la matanza de perros, él estaba muy ocupado en pensar cómo viajar a Miami con toda su familia.

¿De qué le sirvió tanto Tec de Monterrey a Carlos García si se la pasó toda la vida vendiendo clavos?

Pero la culpa no fue toda suya, porque la oposición ni siquiera tuvo un poquito de conciencia para revisar qué estaba pasando en el Centro de Control Animal.

La oposición, tan frágil en argumentos como hoja de libreta, deja que los funcionarios obsoletos hagan cuanto se les pegue la gana. Los perros, mientras tanto, yacen tres metros bajo tierra o dentro de una urna en medio cuarto de cenizas. Los mataron a palazos.